Revista Wikén

El sorprendido vino de Felipe Uribe

Se podría decir que es un vino ideal: un pinot que se bebe fácil, refrescante, casi adictivo. Parte de la nueva tendencia que se aleja de la madera, y se acerca más a las frutas frescas, es el mejor de la camada. Y proviene de un poblado en Malleco, sin tradición vinícola.

Patricio Tapia

La primera reacción que podría provocar este Little Quino es de sorpresa. A la vista no es, digamos, el típico tinto chileno, muy brillantito, intenso en color, de buena apariencia, peinado al medio, bien engominado. No, la cosa no va por ahí, sino que más bien por un camino alternativo. Menos intensidad cromática, algo velado, chascón y con la camisa fuera. Si son de los que no se llevan por las apariencias (o, mejor, lo que acostumbramos a definir como buenas apariencias en el vino chileno), lo que encontrarán en nariz y en la boca quizás también les provoque sorpresa: Little Quino es un pinot en el que no se siente la madera, que brilla por su acidez, que se bebe fácil, que pasa por la garganta refrescándola y que, finalmente, deja mirando a la botella, por si queda un poquito más para rellenar la copa. En otras palabras, el vino ideal.

En Chile, cada vez hay más vinos como estos: ricos en “bebebilidad”, que apelan a la acidez, a las frutas frescas, que dejan de lado la madera o la súper extracción, vinos gordos, que impresionan pero que no seducen para una segunda copa. Little Quino es, probablemente, el más bebible de esta nueva camada. Y por eso ya debiera ser el vino ganador de este año. Pero hay más.

Y lo demás es su origen. Quino es un pequeño poblado en el Valle de Malleco, seiscientos y tantos kilómetros al sur de Santiago, una zona en donde no hay tradición vitícola o, si la hubo, ya se ha perdido ante la rentabilidad del trigo. Sin embargo, pioneros como Felipe de Solminihac y su indispensable chardonnay Sol de Sol o María Victoria Petermann y su chardonnay Alto Las Gredas, trajeron el vino de vuelta al sur.

Esa nueva tradición es tomada ahora por una nueva generación de productores, el más destacado entre ellos William Févre, y en especial la familia Pino (principales accionistas de esta viña) que en 2005 comenzaron a estudiar un campo que habían comprado los bisabuelos en el sur. Dos años más tarde, plantaron tres hectáreas de viñas en una ladera mirando al norponiente, con buen sol de la tarde para madurar sus uvas.

Felipe Uribe, el enólogo de William Fèvre, tuvo a su cargo la primera cosecha de esas uvas, que llegaría recién este año. Y, por intuición, decidió que no tenía que intervenir este primer Little Quino pinot noir (vendrá otro Gran Quino a mediados del próximo año), que lo natural era que el lugar se expresara lo más claramente posible. Por eso, no pasó el vino por barrica, no lo filtró al embotellado, lo puso en las estanterías lo más crudo posible. Quino, más que un pinot, en la botella.

Y el resultado es un vino delicioso, sin grandes ambiciones, sino que sólo un tinto refrescante, pero a la vez delicioso en su pureza. Y eso, si lo piensan, no es poco.

Felipe Uribe 3 preguntas al enólogo:

1. ¿Cuál es su vino preferido?

Me gusta mucho Parras Viejas, de Santa Helena. Y puede sonar muy autorreferente porque lo hace mi señora Maite Hojas -también enóloga-, pero me gusta de verdad. No es un vino barato para el diario, pero para ocasiones especiales sí.

2. Nombre a enólogos que admire

Felipe Müller, de Viña Tabalí; Marcelo Retamal, de Viña de Martino; y Pedro Parra, doctor en terroir. A los dos primeros porque encuentro que tienen grandes potenciales enológicos y porque me han ayudado mucho y a Parra porque creo que ha sido fundamental para la industria del vino en Chile con el descubrimiento de nuevos terroir.

3. ¿Qué le falta a Chile en materia de vinos?

No vamos a lograr vender vinos, o hacer vinos finos o de guarda, que es lo que todos queremos, si nos situamos en el concepto de lo bueno, bonito y barato. Cuando seamos capaces de vender el lugar y no la variedad, vamos a estar madurando.

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